6.3.15

Flores de Amor


Flores de amor Sin espinas ni sombras Con verdades de sol Radiantes y luminosas Revestidas de candor Impregnadas de aromas Barnizadas de tul Recubiertas de joyas Que miran sonriendo al cielo Solo por lucir hermosas Haciéndoselo sentir A quién las quiere y valora Frágil tapiz de cristal Bella y sencilla corona Un remanso de paz Un manantial de maromas Permanente solar De sonrisas y borlas Llena de abrazos y besos
Y caricias con honra Con su profundo mirar.

Flores de amor Que cobijan y moran En el alma de Dios Susurrando piadosas
Engalanando la faz De un hogar de una alcoba Pereciendo al entregar Su calor y decoran El santísimo altar El santuario de las horas De una vida del don Del amar sin zozobras Con su entrega total.

Flores de amor Te daré si me amas Si esta pasión que nos llama Hoy pudiera triunfar Flores de amor Que encendida mantiene la llama De un cariño que se proclama Hasta el juicio final.

LA NIÑA QUE CORTABA TODAS LAS FLORES


LA NIÑA QUE CORTABA TODAS LAS FLORES 

Un ramillete de flores en su manita llevaba. Todas de dulces colores, dulce aroma al aire daba. Quería poseer a los lirios, a las rosas y claveles, platanitos como cirios, amapolas, cascabeles. 

Metía las flores en jarro, en botecitos de plata, en tinajitas de barro, y hasta en cubitos de lata. En su casita de rosas explosiones de colores. Paredes por ahora hermosas decoradas por mil flores. 

Seguía cortando los tallos, a montones los cortaba, de rosales como rallos y suaves como la malva. Una
mañana nublada despertó entre sabanitas, pudo ver horrorizada todas sus flores marchitas. 

Y corrió a por sus tijeras y se asomó a su ventana y solo vio enredaderas, verde zarza, seca rama. Lloró de pena la niña, sus jardines despojados de sus aromas de piña, de sus colores dorados. 

Cayeron de sus manitas las tijeras, se rompieron. y aquellas ramas marchitas Nuevamente florecieron. 

LA ROSA AZUL



LA ROSA AZUL 



¡Que goce triste este de hacer todas las cosas como ella las hacía! Se me torna celeste la mano, me contagio de otra poesía Y las rosas de olor, que pongo como ella las ponía, exaltan su color; y los bellos cojínes, que pongo como ella los ponía, florecen sus jardines; Y si pongo mi mano -como ella la ponía- en el negro piano, 
surge como en un piano muy lejano, mas honda la diaria melodía. 



¡Que goce triste este de hacer todas las cosas como ella las hacía! me inclino a los cristales del balcón, con un gesto de ella y parece que el pobre corazón no está solo. Miro al jardín de la tarde, como ella, y el suspiro y la estrella se funden en romántica armonía. 



¡Que goce triste este de hacer todas las cosas como ella las hacía! Dolorido y con flores, voy, como un héroe de poesía mía. Por los desiertos corredores que despertaba ella con su blanco paso, y mis pies son de raso -¡oh! Ausencia hueca y fría!- y mis pisadas dejan resplandores. 
(Juan Ramón Jiménez)